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19.9.10

IREE? (Ano I) 

En el momento en que Henry Kissinger recibía el premio Nobel de la Paz, quien quería ya podía contemplar el cadáver de Allende ocupando el horizonte del mundo, y de la reserva espiritual de Occidente salían verdugos estructurales de repuesto que iban a relativizar las glorias de anteriores asesinos de estado. Los Pinochet, Videla, Álvarez tenían ideas propias sobre cómo se aterroriza sin perder el aire de desfile marcial. En hogueras improvisadas, los oficiales chilenos quemaron todos los libros que jamás entenderían, intuyendo que la cultura escrita y la cultura militar era incompatibles desde el momento en que los ejércitos del mundo asumían su papel de policía cósmica contrarrevolucionaria. Chile perdía su memoria democrática casi al mismo tiempo que España, Grecia o Portugal empezaban a recobrarla. Se quemaban las obras de Pablo Neruda, moría de tristeza y de asco Pablo Neruda, casi al tiempo que Juan Marsé era premiado en México por Si te dicen que caí, un genial ajuste de cuentas esperpéntico a la posvictoria franquista. El terror paraliza la memoria, pero no la destruye. Y con el tiempo se descubre que no hay otra victoria que la de la memoria, compensación melancólica al fracaso inevitable del deseo.

VÁZQUEZ MONTALBÁN, M.: Crónica sentimental de la transición. Barcelona: Random House Mondadori, 2005, pp. 26-27.

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