PERIFÉRICOS

A las cinco y once minutos el Comandante comenzó a hablar en el auditorio principal del Palacio de Congresos, ante los más de mil quinientos delegados que asistían a la clausura del Congreso de Cultura y Desarrollo. LLegaba a la tribuna aferrado a un tema que le desvelaba en los últimos meses: la crisis y los bombardeos de la OTAN en la ex Yugoeslavia. El centro de sus iras era un ex ministro de Cultura, Javier Solana -con el que había compartido yate, mar, pesca, amigos comunes y, tal vez, alguna confidencia- que ahora dirigía, como secretario general de la OTAN, la ofensiva contra Milosevic. Había algo airado en su discurso, de sorda recriminación al mundo de la cultura en la figura de ese conocido (¿ex amigo?) que parecía convocar en él todos los fantasmas de cuarenta años de pasiones y desengaños, de hechizos, rupturas y odios. Por eso la cultura sólo era un pretexto para exponer ante un auditorio cautivo su indignación y sus temores ante un poder mundial hegemónico y adverso.

Los ministros o secretarios de cultura iberoamericanos se habían reunido en esos días para preparar la agenda de la próxima cumbre iberoamericana en los temas de su competencia.